Si permitimos que el temor nos invada, jamás experimentaremos el potencial que Dios ha depositado en nosotros. Jesús no busca gente imprudente que salte de los puentes, pilotos que vuelen con los ojos vendados, ni otro tipo de kamikazes. Él quiere hombres y mujeres que se atrevan a invertir en el Reino el don que Él mismo les entregó. Por eso es esencial que no enterremos nuestros talentos, no seamos como viejos piratas sepultadores de tesoros, y mucho menos nos convirtamos en “barco-adictos”. Atrevámonos a correr riesgos. Bajemos del baro. ¡Ese es el llamado del Señor en esta temporada de riesgo!
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Familia muy (poco) normal
Toda familia es, en cierta medida, un poco disfuncional, porque está formadas por personas, y las personas estamos agrietadas, rotas. Aun el rey David, que triunfó en muchas áreas, fue un desastre en su hogar. David mantuvo sus propias heridas sin sanar, heredándole su daño a las siguientes generaciones. No cometamos nosotros el mismo error. No descuidemos ni olvidemos a nuestros hijos; ellos necesitan tanto de amor como de disciplina. Recuerda que lo que sembremos hoy en nuestra familia, lo cosecharemos mañana en nuestros hijos.
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Confesiones de un hombre dañado 2
Si no hemos comenzado el proceso de sanidad, nuestras palabras, acciones y actitudes posiblemente dañarán relaciones; oportunidades, sueños; ideas, herencias y legados. Además, las emociones reprimidas con frecuencia devienen en depresión y ansiedad, volviéndonos personas irascibles y frustradas. Y aunque el proceso de sanidad -el reconocer las heridas y aceptar la gracia del Padre- puede tomar meses, años o décadas, sobre todo en casos de traumas infantiles, su propósito final lo redime todo. Recordemos que estamos dañados, pero no estamos fuera del juego. Nuestro Dios sabe que lo valioso sigue estando intacto dentro de nosotros.
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Confesiones de un hombre dañado
A lo largo de la vida, nuestras relaciones, circunstancias y decisiones suelen dañar nuestra mente, nuestro cuerpo y nuestra alma. Esto, aunque previsible, es inevitable. Y cuando sucede, solemos quedar devastados, con nuestros sentimientos fracturados y el espíritu amputado. Sin embargo, no importa lo que nos haya ocurrido, quién nos haya lastimado o cuán vacíos nos sintamos: lo valioso permanece dentro de nosotros. La sanidad está siempre a nuestro alcance, si tenemos la humildad de reconocer nuestras heridas y confiamos en el Señor para curarlas.
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¡Ya bájate de la montaña!
El mundo necesita a Jesús, ¡y nosotros lo tenemos allá arriba, en una montaña! Estar alguna vez en la intimidad de Cristo no es sólo para disfrutar la experiencia personal de ver Su luz, sino para convertirnos en parte de ella. Si realmente queremos servir, debemos bajar de nuestra montaña de “santidad y superioridad” para hacer brillar esa luz en nuestro hogar, en nuestro lugar de tabajo, en nuestra escuela, en el supermercado... y que todos puedan ver nuestras buenas obras y alaben al Padre. Recordemos que: ¡nosotros somos las cartas vivas de Dios!